¡Un respetito!
ES DE AGRADECER que entre medio de tanta cocina fusión, o mejor deberíamos decir confusión, se sigan elaborando los platos tradicionales como Dios manda.
Me preocupa la tendencia mundial de disfrazar los ingredientes y del todo vale, si total el comensal quizás ni se acuerde de cómo sabe un pimiento. De que los sabores se pierdan ahogados entre salsas de dudoso ingenio y demasiado condimento. Por lo que me declaro amante de los ingredientes puros sin camuflaje.
De los aromas nítidos que se ostentan sin pudor, de la justa y correcta manipulación de cada uno de los productos, y de las cosas claras.
Y digo que se agradece porque en Canarias todavía se pueden comer los platos como son. Y eso, desgraciadamente, no pasa en muchos lugares.
Porque si los propios cocineros regionales no defienden a capa y espada sus materias primas únicas y las resguardan, nadie lo hará por ellos.
Por eso, cuando me siento en algún restaurante y la carta se me abre de par llena de platos típicos, me provoca satisfacción, como la de un niño que se despierta por la mañana y comprueba que no pasó nada terrible durante la noche, que cada cosa sigue en su lugar.
Eso admiro de los cocineros canarios, la tenacidad para defender sus verdades y en todo caso enaltecerlas. Como cuando uno come una papa arrugada bien hecha con un mojo verde brillante que compensa de maravillas. Como un almagrote logrado, como el cabrito, como los tomates fragantes, el pulpo de La Punta y los plátanos con puntitos.
Porque me alegra saber que aquí la sencillez es bien vista y no se la oculta. Porque me encanta dejarme llevar y saber que la casa está en orden, y los puntos en su sitio.
Quizás lo que haya influido sea la insularidad, o la buena memoria de los abuelos, pero lo concreto es que han sabido resguardar el patrimonio gastronómico.
Porque me aterran los cocineros que en el afán de innovar destrozan o ningunean los maravillosos platos tradicionales. Porque admiro a las mujeres que se levantan al alba para amasar rosquetes y ofrecerlos al visitante.
Porque como extranjera, me enamoré de la cocina típicamente canaria y me alivia saber que cuando aterrice cualquier persona ajena a estas islas podrá saber cómo sabe un conejo al salmorejo y no tendrá que leerlo en un libro de historia.
Brindo por eso, por mantener intacta la esencia y los sabores.