jueves, 31 de julio de 2008

Delirio peruano

Ceviche peruano para 4

Pescado fresco, 500 gr.
Pimiento verde, 1 ud.
Pimiento rojo, 1 ud.
Cebolla colorada, 1 ud.
Cilantro, un puñado.
Sal de mar, cant. necesaria.
Aceite de oliva, c/n.
Jugo de 1 lima.
Jugo de 1 limón.
Pimienta negra recién molida, c/n.
Ají jalapeño, 1/2 o unas gotas de tabasco.
Dados de aguacate para decorar.

Cortar el pescado en bocados pequeños, picar el cilantro pequeño, los pimientos en brunoise (cuadrados muy pequeños) y la cebolla en juliana. Colocar en una fuente todos los ingredientes junto con el jugo de los cítricos, la sal, la pimienta y el ají picado lo más pequeño posible.
Decorar con la palta, servir en copas. Dejar macerar 15 minutos.

viernes, 25 de julio de 2008

Nota de hoy.


VIERNES, 25 DE JULIO DE 2008
Rosario D. Araujo Periodista gastronómica

Alma de pueblo

MUCHAS VECES, las personas que venimos de ciudades más grandes caemos rendidas a los pies de un pueblo pequeño. La calma, los vecinos, el olor de las comidas que preparan, las costumbres y los sabores. Inigualable, renovador e inspirador. Lo pienso casi todas las mañanas cuando salgo a caminar por la carretera que une Bajamar con La Punta y trato de encontrar qué tiene tan especial este lugar que me ha hecho enamorarme perdidamente de él.

La zona norte encierra, para mí, la calma profunda, la "calma chicha" que le llaman, la que antecede a la tormenta, la de que mucho no pasa, vamos. Pero en medio de esa tranquilidad se disfrutan los días plácidos y llenos de comidas sencillas que nos vuelcan hacia el interior.

El domingo, en Punta del Hidalgo, se celebró una de las partes de la Fiestas del Carmen. Al mediodía fuimos a almorzar a la Cofradía de Pescadores. Fue un verdadero placer ver el pueblo adornado con bombillas, guirnaldas de colores y caras de felicidad.

Me parece un pecado ir a un pueblo de pescadores y comer otro tipo de carnes. Prácticamente inadmisible. Incluso si uno no es un gran amante, es una excelente oportunidad de convertirse en un aficionado. Así que como el pueblo manda, yo me dejo llevar por su fiesta. Recorro sus callecitas llenas de banderas ondeando y de flores, que incluso los vecinos han colocado, para alegrar el paso de la Virgen.

Me siento y me deleito con un plato de chopitos a los que nos les sobra ni un gramo de harina. Ensalada y una parrillada de pescados, que por poco me quita la respiración. Aunque debo decir que para esta cocinera una parrillada debe estar hecha a las brasas. Salvando este detalle, el plato era fantástico.

Comer y disfrutar a la orilla del mar, dejarse contagiar por la alegría de sus personajes. Esperar, para más tarde disfrutar de un espectáculo sencillo pero emocionante: ver bajar la procesión. Observar el cariño y el respeto con el que se practica la embarcación de la Virgen. Jóvenes, ancianos, pobre y ricos. Todos juntos unidos en una manifestación de sentir popular que los identifica como parte de un todo.

Para quien no se ha criado en este pueblo, un ritual tan naif como profundo le transmite una alegría tan inmensa como difícil de describir. Eso, justamente, pensaba hoy mientras miraba el mar.

miércoles, 23 de julio de 2008

Gustavo Sabéz es un amigo mío fotográfo y a quién tengo que agradecerle la foto que me representa más abajo, está haciendo un proyecto muy interesante de imágenes del vino.
Muchas de ellas son maravilosas.
Les dejo el link y los animo a pasar

sábado, 19 de julio de 2008

Nota viernes 18

VIERNES, 18 DE JULIO DE 2008
Rosario Díaz Araujo Periodista gastronómica

De la boca a la memoria

LOS SABORES de la infancia ¿están sobrevaluados? ¿Son acaso mejores los gustos por antiguos o melancólicos? Funciona nuestra memoria, cual tienda de anticuario, donde la pieza más añeja tiene mayor valor.

Es común hablar con las personas y ver que sus gustos favoritos son los que se esconden tras el paso celoso de los años. "Me acuerdo de unas papas tal o cual que me hacía mi abuela, de una carne, un plato, un algo de cuando era pequeño".

Una persona cualquiera o un sibarita cuali-calificado puede extasiarse de tremendos e inenarrables majares, pero su memoria, por capricho o por verdad, siempre guardará ese lugar especial para un plato simple y cotidiano.

Lo he hablado con muchos cocineros y no es casual que los sabores más añorados son los que nos daban las personas que nos querían y nos mimaban.

Esos mismos manjares simplones pero felices, los que nos recuerdan quienes somos, nos traen las manos de las madres y abuelas. Manos, que a los que estamos en la distancia, nos cuesta encontrar.

Uno de estos platos que logra llevarme hasta mi tierra y me alegra el día son las Milanesas a la napolitana. Sí, sí, Milán y Napolés, contrincantes eternos, unidos en un plato 100% argentino. Esta maravilla consiste en un bistec de ternera un poco más grueso, allá se hacen de un corte que se llama peceto o de nalga, aquí filo y pulpa respectivamente, cortado como de 1 centímetro y medio, rebozado en huevo y pasado por pan rallado. Luego se fríe y se le coloca por encima jamón cocido, queso y unas rodajas de tomate, o bien salsa. Por si esto fuera poco, se gratina en un horno caliente. ¿Hacen falta más palabras para describir el amor maternal hecho comida? Pues desgraciadamente esta página no tiene la capacidad de hacerle oler o probar este plato.

Pero como todo tiene solución, cada vez que me quiero trasladar a mis raíces acudo a un restaurante que hace unas de las mejores milanesas a la napolitana que probé en mi vida. Aunque claro está que no todo puede ser perfecto, él es uruguayo. Se llama Alejandro y tiene un restaurante llamado Lobizón en la carretera de Bajamar. Es un tipo tan simpático como políticamente incorrecto. Entre ironías, risas y polémicas, cada vez que la nostalgia me embarca, él me sirve unas milanesas tan buenas como las que guardo en la memoria.


viernes, 4 de julio de 2008

VIERNES, 04 DE JULIO DE 2008
El aderezo Rosario Díaz Araujo Gastrónoma

Una de boinas y corsarios

COMO UNA PUERTA ANTIGUA se abre dejando entrever un paisaje de mil colores y los personajes más diversos: Luis XIV, la infanta María Teresa de Castilla, los corsarios, gourmets, señores de boina en el mercado y arponeros cazadores de ballenas. San Juan de Luz es un cuento de la infancia. Es llegar y no querer irse. Es un pueblito precioso del sudoeste de Francia, donde cada esquina guarda un recoveco. Donde habita gente exquisita que comparte la costa vasca con el norte del San Sebastián de la semana pasada. Pero, al contrario de la majestuosidad de Donostia, este rincón del mundo se nos muestra claro y mágico. Seguir leyendo

miércoles, 2 de julio de 2008