MI GENERACIÓN, la que nació entre 1975 y 1985, es la de lo instantáneo. La que tiene las expectativas tan altas como el ego. Una generación que probablemente nunca ha pisado una biblioteca. Ni siquiera imaginamos cómo será tener cien libros enfrente hasta encontrar lo que buscamos. Para qué, si con sólo teclear una palabra en el Google obtendremos millones de coincidencias en milésimas de segundos. Para qué perder el tiempo, cuando soñamos con hacer millones con ideas geniales pero simples. Y esta misma máxima, probablemente, la proyectamos a toda nuestra vida. Una vida repleta de sensaciones instantáneas de poco fondo. Y así comemos.
Sí, la misma generación que hace poco dejamos la casa de nuestros padres. La mayoría por ser echados y algunos pocos por ansias de libertad. Claro, nos dejaron a la deriva sin la comidita de mamá y ahora nos vemos las caras en los pasillos del supermercado. Me encanta observar los carros, para mí es un análisis casi sociológico. Pareja de compañeros de piso del sexo masculino; difícil que en este carro no haya, aunque sea, un par de pizzas congeladas, nuggets, cerveza y una bolsa de papas fritas. Ahora, si la misma situación se tornara de falda, quizás podríamos llegar a ver una bolsa de ensalada, por supuesto, ya lavada y lista. Cocinar es perder el tiempo. Tiempo perdido. ¿Perdido? Para cualquier persona de "veintipico" meterse a una cocina es quitar tiempo a cosas importantes. Y en caso de hacerlo, que todo venga casi listo y sólo necesite una sartén y bastante aceite para freír. Sí, para freír. Para freírnos el hígado y la posibilidad de alimentarnos sanamente y variado.
Para empezar, cualquier cosa que venga en una bolsa y congelada poco tendrá que ver con su versión original. Sin mencionar la tremenda cantidad de conservantes, colorantes, saborizantes que encontraremos allí. Pero en esta situación lo único que se busca es comer, que nada tiene que ver con alimentarse. Saciar la necesidad rápido y lo más fácil que se pueda.
Creo que nosotros, quienes amamos la cocina, deberíamos preocuparnos por transmitir ese placer que es perder el tiempo entre fogones, mientras se gana en sensaciones, sabores y salud. Enseñar a distinguir entre comida de calidad, ingredientes frescos y esa cosa que viene congelada en bolsas. Saber que lo breve es efímero y fugaz. Lo que ganamos en tiempo lo perdemos en calidad de vida.